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La ciudad

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        Aurelio Maroto

Como cada año sucede, Melchor, Gaspar y Baltasar llegaron en loor de multitud a La Solana. Esta vez lo hicieron cuando las calles todavía proyectaban el brillo del agua caída minutos antes, reflejado de las farolas. Sí, porque a eso de las 7 cayó un aguacero que hizo temer lo peor. Sin embargo, el cielo abrió a tiempo para despejar la ruta a los magos de Oriente. Así fue como la Cabalgata de la Ilusión partió desde el lugar de siempre, la guardería infantil ‘Virgen del Camino’, y a la hora prevista, las 8 de una noche ya cerrada.

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El carrusel de carrozas desfiló precedido por la Banda de Cornetas y Tambores de Nuestro Padre Jesús Rescatado. Más de cien músicos, ataviados con ropajes navideños de lo más variopintos, abrían un cortejo real marcado por el colorido, la alegría, la animación, y también el ruido estridente de la música y el deslumbramiento de tractores que parecían competir a ver quién tenía los focos más potentes en su frontal. Pero todo sea por dar más luz a una noche luminosa de por sí.

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Tras la música, el trenillo infantil de ‘Pinteras’, repleto de niños. Y más atrás, una hilada interminable de carrozas impulsadas por asociaciones, AMPAS, peñas y sindicatos agrarios. Naturalmente, entre medias desfilaban los Reyes Magos. Primero Melchor, con su amplia barba blanca; después Gaspar, con su proverbial barba castaña; y finalmente Baltasar, que suele despertar una especial predilección entre los más pequeños. Saludaban sin parar, sonreían y tiraban caramelos, miles de caramelos y chuches. Los repartían sus majestades y el resto de participantes en la cabalgata. Había pajes, papás Noel, pastorcillos, duendes, muñecos de nieve…

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En la aceras se agolpaban miles de personas, difícil saber cuántas. Y muchos, muchísimos niños. Las bolsas de plástico abundaban, como si fueran de compras al súper, un súper que lanzaba los dulces a mansalva. La imagen se repetía un año más, niños y no tan niños haciendo honor al coro de Las Espigadoras: levantarse y volverse a agachar. Un hombre abrió su paraguas y lo puso del revés, a modo de recipiente. Una forma perfecta para recoger la lluvia de caramelos, cual aljibe.

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El valor del silencio   

    Hipnotizados por la magia del momento, pocos recordaban que la noche era fría, gélida. No había trozo de acera sin ocupar. Conviene valorar la aportación impagable de los colectivos asociativos que participaron en el desfile, sin los cuales sería imposible, e impensable, organizar un cortejo de esta naturaleza. Y por supuesto, hay que destacar el trabajo de la Policía Local, de los operarios municipales y de los voluntarios de Protección Civil. Y no fue menos importante el guiño a personas con capacidades diferentes en el tramo de la calle Cardenal Monescillo hasta su entronque con Emilio Nieto. Las carrozas pararon la música, los tractores limitaron sus luces y la Banda de Jesús dejó de tocar. El valor del silencio fue un rasgo más de inclusividad en una noche tan especial.

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      La cabalgata concluyó en la Plaza Mayor. Sus majestades se sentaron bajo la bola luminosa del centro, donde recibieron a los pequeños, muchos de los cuales tenían prisa por irse a dormir. Sabían que era la mejor manera de que Melchor, Gaspar y Baltasar entraran por sus ventanas, o por sus balcones, para depositar los regalos que habían pedido en sus misivas escritas. Y es que los Reyes Magos son hechizo, seducción, encanto, fascinación… y sobre todo magia e ilusión. La Solana volvió a demostrar cuánto los quiere.

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