Rodrigo Alves en un partido en La Moheda                  FOTO: GACETA

        Aurelio Maroto

     Rodrigo Alves seguirá agarrando el escudo de la cruz de Santiago cada vez que ‘moje’. Pero más allá del mero simbolismo del gesto, lo importante es que La Moheda podrá disfrutar una temporada más de su particular pichichi, el hombre que marcó 19 goles en liga y se hizo eterno con aquel cabezazo en el minuto 92 durante el play-off de ascenso contra el Yuncos. Si cree en el destino, Alves tiene razones para reforzar esa creencia.

     Rodrigo Alves de Oliveira (Brasil, 1998), llegó a La Solana tras varias temporadas pululando por la Tercera RFEF canaria (Unión Puerto, Lanzarote y Marino), y un par de años previos en el Navalcarnero, con una leve aparición en Segunda División B con solo 20 años. Había perdido foco, entre otras cosas porque jugaba fuera de su posición de dominio. Julián Falcón lo convenció para volver a la Península, aunque fuera en Regional Preferente, y le dio todos los galones en ataque. El delantero no tardó en explotar y en seguida se convirtió en el gran francotirador amarillo. Sus goles, pero también su capacidad de sacrificio y sus guiños de complicidad a la grada, le hicieron conectar en seguida dentro y fuera del vestuario.

     El ‘anonimato’ de Alves en el campo tuvo fecha de caducidad. Los rivales le cogieron la matrícula y multiplicaron la vigilancia al hombre-gol de uno de los favoritos al ascenso. Es verdad que bajó su producción goleadora en la segunda vuelta y el equipo pudo notarlo (La Solana pasó de 36 goles marcados a 26). Sin embargo, continuó siendo clave en el esquema de Falcón gracias a su incansable trabajo para el equipo, que no basó su éxito final en el balance ofensivo, sino en el defensivo (La Solana pasó de 12 goles recibidos a solo5 en toda esa segunda vuelta). Partidos clave como el de Almansa, y por supuesto el de la promoción, han dejado claro la importancia del delantero paulista.