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Gabriel Peña, a la derecha antes de soplar las velas                             Foto: GACETA

Gabriel Jaime

No todos los días se cumplen cien años de edad. Gabriel Peña es uno de los pocos elegidos que ya forman parte del club centenario en La Solana. Un diecinueve de julio de 1.911 venía al mundo y un siglo después ha vuelto a soplar las velas en compañía de su familia.

Viudo desde hace casi un año y sin hijos, lleva un vida totalmente normal en su casa, aunque con el cuidado de sus sobrinas. Durante su matrimonio con María (que a la vez era su prima) tuvo una hija que murió con sólo tres años, pero seis sobrinas y cuatro sobrinos le quieren como a un padre.

En el balance de toda una vida, Peña recuerda más cosas malas que buenas. Al menos eso dice con una memoria prodigiosa que incluso le lleva a evocar diversas poesías que lleva indelebles en su cabeza. Dentro de esos avatares, afirma que a los seis años de edad ya ejercía de pastor con las ovejas, lo que hizo prácticamente durante toda su vida.

Cien años dan para mucho, y además para haber vivido una Guerra Civil, aunque reconoce que no estuvo mal del todo “estaba enchufado de enlace con un capitán”, dice.

Tiene claro que “no pensaba llegar tan lejos, pero estará hasta que Dios Quiera”. Además, hace lo que puede para seguir adelante, come de todo, se pasea y algunas veces sale a la calle, a lo que responde “aquí estoy haciendo muela”.

Desde luego que tiene un gran sentido del humor, si bien la cosa cambia cuando recuerda a su mujer, ya que estuvieron setenta años juntos. La emoción le embarga entonces.

Toda su familia acudió al cumpleaños de Gabriel Peña y le cantaron el “cumpleaños feliz” con el deseo de poder seguir haciéndolo muchos años más. Tras la cantinela, apagó las velas y degustó una porción de la tarta que también compartió con nosotros. Felicidades, centenario.

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