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Teodoro Sánchez durante su charla                                Foto: GACETA

   Aurelio Maroto

   La tercera y última conferencia de las XV Jornadas Santiaguistas volvió a llenar el aula San Juan de Ávila de la Casa de la Iglesia. En esta ocasión, el protagonismo fue para el arquitecto manzanareño Teodoro Sánchez-Migallón, quien ofreció una documentada disertación sobre La Casa Fuerte de la Encomienda de Manzanares, popularmente conocida como Castillo de Pilas Bonas. La presentación corrió a cargo de Paulino Sánchez, que recordó la trayectoria profesional del ponente y evocó la figura de su padre, subrayando su labor en la recuperación del patrimonio local.

   Sánchez-Migallón atendió a la prensa en los prolegómenos y comenzó recordando que este edificio, hoy convertido en complejo hostelero, fue durante siglos una construcción ignorada. “Hasta el año 2000 lo conocía muy poca gente”, dijo, antes de agradecer la iniciativa privada que permitió su restauración. Es probablemente el edificio civil más antiguo de Castilla-La Mancha aún habitado”, pues conserva partes de vivienda que permanecen en manos de varios propietarios. El arquitecto detalló que el conjunto fue “troceado tras la desamortización del siglo XIX”, cuando las propiedades de la Corona y de las órdenes militares pasaron a particulares. Una de ellas, la familia Villalta, lo utilizó como casa de labor, hasta que décadas después comenzó su recuperación. “Cuando entramos estaba lleno de palomina, basura y pulgas —recordó con humor—; hubo que remangarse bien para empezar la limpieza”.

-Charla

   La restauración respetó la estructura original del castillo medieval e incorporó nuevos espacios para eventos. Hoy, el recinto combina un restaurante, un hotel con habitaciones y salones, varios patios y el torreón recrecido, que reproduce la antigua torre del homenaje. “Su origen se remonta a alrededor de 1240, poco después de la batalla de las Navas de Tolosa, cuando los territorios fueron reconquistados y adjudicados a la Orden de Calatrava”, explicó.

   Subrayó que no se trata de un castillo roquedo o de vigilancia, sino de una casa fuerte, una construcción urbana fortificada para proteger los bienes e impuestos de la encomienda. “Era un gran banco medieval —dijo—, donde se guardaban el grano, el vino o el aceite”. Su posición estratégica, entre las órdenes de Calatrava y Santiago, lo convirtió también en punto de control y cobro de portazgos a los ganados trashumantes.

El ponente concluyó su intervención resaltando el valor histórico y simbólico del edificio: “No fue escenario de grandes batallas, pero sí guardián silencioso de la historia de Manzanares. Se ha devolvuelto la voz a ocho siglos de memoria”.

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