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Eusebio López-Villanueva durante su conferencia                  Foto: GACETA

   Aurelio Maroto

   Se asienta sobre un cerro redondo, casi perfecto, pero su situación es de ruina total y nadie sabe qué futuro le espera. Hablamos del Castillo de Alhambra, que este miércoles ha sido objeto de debate durante las XV Jornadas Santiaguistas. El aula San Juan de Ávila de la Casa de la Iglesia volvió a llenarse en la segunda conferencia del ciclo, donde Eusebio López-Villanueva, miembro de la Asociación Tierra Roja y guía del Museo Arqueológico de Alhambra, ofreció una documentada disertación titulada El castillo de Alhambra: fortificación feudal en el Campo de Montiel. La presentación corrió a cargo de Paulino Sánchez, secretario de la Hermandad de Santiago, que destacó los profundos vínculos históricos entre Alhambra y La Solana, dos localidades unidas desde la Edad Media por su dependencia mutua dentro del dominio santiaguista.

   López-Villanueva comenzó contextualizando la fortaleza en su marco histórico. “El castillo de Alhambra no es omeya, como se pensaba; las últimas investigaciones confirman que es construcción cristiana”, aclaró. Su función era doble: defensiva y fiscal, ya que desde sus murallas se controlaba el paso de la Cañada Real de los Serranos, donde se cobraba el impuesto del montazgo a los ganados trashumantes. Este detalle, añadió, “muestra la importancia estratégica y económica del enclave en el siglo XIII, en plena consolidación de la Mesta”. También dedicó espacio a las leyendas que envuelven el lugar: túneles, pasadizos hacia el pueblo o incluso un puente que habría unido el cerro del castillo con el de Alhambra. “Son historias del imaginario popular, difíciles de probar sin excavaciones arqueológicas, pero que demuestran el magnetismo que aún conserva el enclave”, comentó.

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Desde la Edad del Bronce

   Desde el punto de vista histórico, el ponente recordó que, tras la victoria cristiana en las Navas de Tolosa (1212), el castillo fue entregado por la Orden de Santiago a Álvaro Núñez de Lara, con el encargo de repoblar la zona y fundar pequeñas aldeas, algunas hoy desaparecidas. A su muerte, la fortaleza volvió a manos de la orden, que la mantuvo como una de las encomiendas más ricas y extensas del Campo de Montiel. Subrayó, además, la antigüedad del asentamiento. “El castillo se levanta sobre un cerro troncocónico que ya fue habitado hace cuatro mil años, en la Edad del Bronce. En la ladera se han hallado restos de cerámica y huesos que lo confirman”, señaló. Una excavación arqueológica permitiría, según dijo, “retrotraer su historia a tiempos prehistóricos y poner en valor un patrimonio único”.

Las piedras rojas de Alhambra

   También hubo espacio para hablar del color rojo característico de la tierra de Alhambra, que da nombre a la localidad. “Los romanos explotaron las canteras de donde salían las célebres piedras de afilar, exportadas incluso a Roma, Lisboa y Toledo”, recordó. Muchas de esas piezas se conservan en el Museo Arqueológico de Alhambra, “un pequeño pero valioso espacio que recoge testimonios desde el Paleolítico hasta la Edad Media”. Esas piedras cincelaron durante muchas décadas las hoces fabricadas en La Solana.

   Finalmente, López-Villanueva lamentó el estado de abandono del castillo, en ruinas y de propiedad privada, aunque se mostró esperanzado. “El Ayuntamiento está intentando adquirirlo para iniciar su restauración. Es un proceso lento, pero debemos ser optimistas. Ese castillo es la identidad de Alhambra, y merece ser recuperado para todos”, concluyó.

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