Dos niñas vestidas de manchegas llevan flores a la Virgen Foto: GACETA
Aurelio Maroto
La tarde y noche de este viernes, 19 de septiembre, se vistieron de una mezcla de fervor mariano y de fiesta en La Solana. La imagen de la Virgen de Peñarroya asomó al pórtico de la parroquia de Santa Catalina en su carroza alrededor de las siete de la tarde. Pronto comenzaron a formarse las primeras colas de gente, dispuesta a rendir tributo floral a su patrona. Familias enteras aguardaban pacientemente, flores en mano, mientras los más pequeños correteaban entre los mayores luciendo con orgullo la indumentaria manchega: refajos de vivos colores, pañuelos hierbas, chalecos que evocaban la tradición centenaria de estas tierras... Abuelos y nietos compartían el mismo gesto emocionado, conscientes de que la ofrenda no es solo un acto religioso, sino también un legado cultural que se transmite de generación en generación.
Las flores fueron cubriendo poco a poco los paneles instalados por la cofradía mariana. Claveles, rosas, gladiolos, lirios… El tapiz multicolor se fue tejiendo a medida que avanzaba la tarde y caía la noche. Cada pétalo parecía llevar consigo una plegaria silenciosa: una petición, un agradecimiento, un recuerdo.
La fila de devotos se renovaba. A las nueve y media de la noche todavía persistía, extendiéndose más allá del arco de la calle Doña Ángela. Casi cien metros de colas, serpenteando entre la penumbra y la luz de las farolas, que daban fe de la magnitud de la convocatoria. Quien llegaba al final de la espera encontraba el instante íntimo de depositar su ramo, hacer la señal de la cruz o tomarse una fotografía junto a la patrona, inmortalizando el momento.
Aspecto de la Plaza Mayor la noche de este viernes Foto: GACETA
A esas horas, la Plaza Mayor ya era un hervidero. La muchedumbre miraba hacia el otro menú de la noche: la fiesta, la música y el velador de turno. Durante un largo rato más, la Virgen de Peñarroya, desde su carroza, parecía acoger cada ofrenda con la serenidad de quien escucha el corazón de su pueblo. Y La Solana, una vez más, respondió con una devoción multitudinaria que reafirma sus raíces.