Los jugadores muestran prudencia, pero saben que el objetivo está en su mano
Aurelio Maroto
La cuestión no es la distancia respecto al segundo (mucha), ni las jornadas que quedan (pocas), ni siquiera la posibilidad de que los demás también pinchen (probable). La verdadera cuestión es que este CF La Solana, el que vimos frente al Campillo, no está para dejarse manosear. Bastaron diez minutos buenos, de intensidad real, para dar la vuelta a la tortilla frente al equipo más en forma del momento, imbatido desde finales de noviembre, y que se había marchado al descanso con un inquietante 0-1. El arranque local de la segunda parte fue de los mejores que se han visto esta temporada en La Moheda. Y claro, cuando la maquinaria de Vilches se pone a funcionar es un bólido muy difícil de frenar, por no decir imposible. Esa es la verdadera razón que invita al optimismo total. Por eso, un aficionado susurraba al final: “Por aquí huele a Tercera, galán”.
Echar cuentas es simple. Para no ser campeón, La Solana tendría que perder 5 de los 7 partidos que restan por jugar, o sea, más de los que ha perdido en los 27 anteriores. Eso, dando por supuesto que los perseguidores, al menos uno, no se deje ningún pelo en la gatera de aquí al final. La ecuación es harto complicada.
El miedo es libre y la prudencia que exhibe el entrenador y la plantilla es lógica, incluso saludable, pero fuera de la intimidad de ese vestuario, de esa directiva, ya nadie duda que el CF La Solana volverá la próxima temporada a categoría nacional por la vía rápida, aunque las matemáticas aún lo nieguen. Sobre todo viendo partidos como el de este domingo.
La primera parte fue sosa, sin sustancia. El fuerte viento afeó el choque y el Campillo resistió bien, sin agobios. Apenas había espacios para la ruptura -excepto alguna galopada de De la Hoz-. Con el partido así de plano, en apariencia controlado por los amarillos, llegó el zarpazo conquense tras un despiste de Josema. Pero el escenario cambió en la reanudación. La Solana puso una marcha más, apretó la presión y empujó con más pasión, moviendo con velocidad y buscando aperturas para las prolongaciones por banda. Apareció Ángel, que nada más empezar puso una rosca franca en los pies de Luque, que no acertó solo ante Fran. No tardó en llegar el premio, esta vez gracias a una genialidad de David Sevilla. El canterano se sacó de la chistera una finta imposible dentro del área y colocó el balón en la escuadra contraria.
El empate envalentonó aún más al equipo. También despertó a La Moheda y agrietó la disciplina del rival. Ángel, cuya zurda crece cada domingo, hizo el segundo poco después. El Campillo se quedó clavado sobre la hierba, sin capacidad de reacción. Mientas, Kiko Vilches, lejos de arrugarse, ya había metido un cuarto delantero, Javi López. El tomellosero, siempre generoso, fue la génesis del tercero, aguantando un balón en tres cuartos y esperando de reojo la salida en velocidad de Ángel, que solo tuvo que dársela a Cabriti para que el catalán cerrara la cuenta.
La victoria, insisto, acerca un poco más lo que parece inevitable. Sin embargo, la pelota sigue estando en el tejado de quienes realmente pueden rematar la faena: los jugadores. Visto lo visto, no solo pueden, también quieren. Lo desean. Y los deseos, cuando hay mimbres, suelen cumplirse.