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La ciudad

         Aurelio Maroto

         Dice Don Sebastián que “Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”, y el pícaro Don Hilarión le da la razón. En efecto, la compañía lírica “Maestro Andrés Uriel” ha adelantado una barbaridad. La escenificación ayer domingo de “La verbena de la Paloma”, y además en sesión doble, dejó claro que este elenco ya se puede presentar en cualquier sitio, y casi con cualquier obra. La obra cumbre del género chico, y castizo para más señas, es difícil como ella sola, y tal vez por eso tiene tanto éxito… si se sabe cuajar bien en escena.

La compañía solanera ya tiene mucho de profesional, por que profesionales son los músicos y algunas voces, pero mantiene la esencia del rasgo aficionado y autóctono que le dan los solistas, actores y bailarines de la casa. Desde que esa mezcolanza entró en escena, no han parado de evolucionar. La reposición de “La verbena de la Paloma”, siete años después de su estreno y en auditorio cerrado, no fue perfecta por que ninguna escenificación lo es, pero sí brilló sobre las tablas del “Tomás Barrera”.

El sainete madrileño por excelencia tuvo como éxito principal ayer el trabajo en equipo. Nadie destacó y todos lo hicieron en sus respectivos papeles, y el aplaudímetro final es sabio, por que el público no engaña cuando cada personaje o grupo de ellos, sale a saludar al término de la función.

Vimos la función de tarde, sin duda la más difícil por aquello de los nervios y la familiaridad con el personaje delante del respetable, que no es lo mismo que en los ensayos. Se nota la mano de María Dolores Travesedo en la dirección artística para una obra con un estilo extremadamente castizo, desde luego muy distinto a La rosa del azafrán, por ejemplo. Por eso nos gustó el cambio de registro hacia un deje madrileño, chulapo hasta la saciedad. Andrés Sevilla atacó muy bien su rol del cajista “Julián”, no tanto en el canto, que también, como en las partes habladas, en las que estuvo convincente y suelto. Un papel con mucha carga dramática, y el concertante de salida “También la gente del pueblo tiene su corazoncito” es buen ejemplo de ello.

También gustó mucho Gregorio Uriel en el papel de “Tabernero”, capitaneando con tino y mucha comicidad el trío de jugadores de cartas junto Regino Velacoracho y Luis Miguel Serrano. Mención especial merece María Dolores López Villalta, que volvió a encarnar a la perfección a la gamberra “Tía Antonia”. La soprano Petri Casado no tuvo dificultades para navegar en el rol de “Susana”, así como la también soprano María Dolores Camacho haciendo de “Cantaora” con la soleá “En Chiclana me crié”. En el cuadro final, el menos musical, es el elegido para la irrupción del “Inspector”, papel que le va al pelo a Julián García-Cervigón por su vigorosidad en escena.

El rol de Don Hilarión, en realidad el protagonista de la obra como boticario de Lavapiés y viejo verde, lo atacó Manuel Marcos en la sesión de tarde, y Luis Romero de Ávila por la noche, que exhibió toda su capacidad expresiva para hacer reír. Gregorio González acompañó a ambos haciendo de “Don Sebastián”.

La coordinación con la orquesta anduvo mucho mejor que en el ya lejano estreno del año 2003. “La verbena de la Paloma” es una zarzuela extremadamente complicada por sus coros a varias voces. Y hablando de coros, buen trabajo en general de la masa coral, que tiene su minuto de gloria en las seguidillas “Por ser la Virgen de la Paloma”.    

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