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Copia de Rosa El Sembrador

La romanza del Sembrador volvió a ser uno de los momentos álgidos de la representación                                                                                                                  Foto: GACETA

           Aurelio Maroto

            Treinta y un años no son nada. O son una eternidad, según se mire. Es el tiempo que ha tardado la máxima autoridad de Castilla-La Mancha en asistir a la Semana de la Zarzuela. Ni Bono, ni Barreda, ni Cospedal. Ha tenido que ser un recién llegado, Emiliano García Page, quien aterrice por primera vez en el veterano festival lírico, que este año cumple su 32ª edición. Y, cómo no, eligió la obra manchega por antonomasia y solanera por derecho, La rosa del azafrán. Se sentó en la fila seis, butaca de pasillo, junto al alcalde, Luis Díaz-Cacho, y el presidente de la Diputación, José Manuel Caballero. Es menester que disfrutara tanto como para pensar que ha de rascarse el bolsillo. Hace años que la Junta no da un duro a la Semana de la Zarzuela. O sea, si la visita es una declaración de intenciones, perfecto. De lo contrario, para ese viaje no habrían hecho falta alforjas. Comoquiera que evitó hacer declaraciones a los medios, no pudimos preguntárselo.

Rosa Page con autoridades

                                                         García Page charla en su butaca con el alcalde y el presidente de la Diputación                                     Foto: GACETA

               Quién sabe si la presencia del nuevo jefe de gobierno autonómico elevó la adrenalina de la compañía “Maestro Andrés Uriel”, plena de motivación. La rosa del azafrán es esencia de La Solana y el elenco anfitrión también buscaba un epílogo acomodado al nuevo marchamo de la Semana de la Zarzuela como Fiesta de Interés Turístico Nacional. Nobleza obliga.  

El caso es que vimos una gran rosa. El medio centenar de danzantes que pisó las tablas de un abarrotado auditorio “Tomás Barrera”, incluido el imberbe “ejército” de Don Generoso, se fajó en el trance de dar lo mejor de sí. Sin perder la fragancia, la dirección escénica ha ido introduciendo cambios en la escenificación tradicional. Es lo correcto, y también lo necesario. Vimos nuevos complementos escénicos, nuevos efectos y varios recursos ciertamente llamativos que buscaban la complicidad del público. Otra vez, “Las espigadoras” transcurrieron en el patio de butacas, con los coros femenino y masculino rodeando el perímetro y ocupando el pasillo central, y la solista cantando entre los espectadores. Sólo el cuerpo de baile, por razones obvias, se mantuvo sobre la madera. Lo nuevo fue ver algo similar con la ronda de gañanes y el célebre “Hoy es sábado y no quiero”. En verdad, es agradecido, útil y vistoso que los cantantes huyan de vez en cuando de la rigidez del escenario. Siempre que se pueda, claro. Suele aumentar la empatía del público y hasta despertar a algún dormilón.

También vimos las tablas de multiplicar en el pasacalle de “La escalera” y el rondo que hacen a Carracuca en “La caza del viudo”. Innovaciones que van dando otro aire al conjunto de la escenificación.

            Rosa Don Generoso con su ejército-1

Don Generoso con sus "soldados de la legitimidad"                                                                                                             Foto: GACETA

Los clásicos del 88

            Si hablamos de roles, comencemos por los primeros espadas. José Manuel León volvió a ser Juan Pedro. Su voz, que no es de barítono puro, sí es limpia y clara, de buen vibrado, y va adquiriendo empaque cada año que pasa. No olvidemos que su profesión real también es la de agricultor, como el ayudaor al que encarna. Se le ve más suelto en escena, también en la declamación. Petri Casado mantuvo su línea de nivel alto, como soprano y como actriz dramática, que eso es el ama Sagrario.

            Alicia Montesquiu fue un caramelo para la representación. Es un pedazo de actriz y una notable soprano. La catalana fue un refuerzo de lujo, brillante en su papel de Catalinilla, donde vocalmente anduvo sobrada como tiple cómica. El cuadro de “Las espigadoras”, donde actúa como solista, recibió, de largo, la mayor ovación de la noche.

            Mención aparte merecen los actores genéricos. De nuevo se reunieron “los clásicos del 88”, a falta de un relevo que no acaba de llegar. Luis Romero de Ávila asumió por enésima vez el rol de “Moniquito”, que seguramente representa como nadie. Eso sí, llegó casi ronco al dúo “Pero ven acá”, con Catalina, en la primera escena del segundo acto. Julián García-Cervigón encarnó a Carracuca, un papel que interpreta con una personalidad muy particular, muy suya, convirtiendo el libreto a menudo más en un complemento que en un guión. Pero la gente se lo pasa bien con sus “morcillas”. El trío de clásicos principales lo cierra Gregorio Uriel, el eterno Don Generoso, al que hace más creíble a medida que cumple años. Sólo le falta una cosa: que esa boina que luce sea roja, o blanca. Los carlistas del ochocientos no llevaban boinas negras. Aunque con menos volumen literario, también sobrevive un cuarto clásico, Luis Miguel Serrano, que volvió a hacer de hermano Micael.

            Y, por supuesto, qué sería esta zarzuela sin la hermana Custodia, un papel de enorme peso sobre la cual gira gran parte del hilo conductor de la obra. Petra Martín-Albo supo mezclar la parte seria con la cómica y ser convincente.

Copia de Rosa Monda rosaCopia de Rosa ronda patio butacas

La monda de la rosa y los gañanes en el patio de butacas durante la ronda                                    Fotos: GACETA

           No seríamos justos si no destacamos también a la masa coral. El trabajo de Marieli Blanco ha cambiado de arriba abajo el sonido de las suripantas. Queda por apuntalar el coro masculino, aunque no es poco que vimos equidad. Una quincena de mozos y una quincena de mozas. No hace tanto que en “La monda de la rosa” había déficit de pretendientes echando el clavillo. Y, por supuesto, bien por el cuerpo de baile, dirigido por Roberto de la Cruz. Estuvo espléndido en las seguidillas de apertura, en la jota de “Bisturí, bisturí” o enLas espigadoras”, por ejemplo.

            A capela, por obligación

            El público disfrutó con esta renovada puesta en escena y premió al elenco con una prolongada y calurosa ovación a la hora de los saludos. Fue momentos antes de que el presidente de la ACAZ, Antonio García-Cervigón, irrumpiera en escena para agradecer la presencia del presidente autonómico y de varias asociaciones desplazadas desde fuera de La Solana. Y antes también de meter en un lío al director de orquesta, Luis Sánchez Romanos, y a la directora artística, María Dolores Travesedo, cuando pidió repetir “El Sembrador”. Ambos se miraron atónitos. Ella se asomó al foso y vio que los músicos habían hecho mutis. Es lo que pasa cuando ciertas cosas se improvisan. Al rescate acudió José Manuel León, que se lanzó ad hoc para cantar la romanza “a capela”, y levantó a la gente de sus asientos. No hay mal que por bien no venga, suponemos.

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