Escena de Las Espigadoras Foto: GACETA
Aurelio Maroto
La Plaza Mayor siempre funciona, y más cuando la vistes con una indumentaria clásica, tradicional, legendaria. Ahí es donde se siente realmente plena. Sí, la insuperable plaza solanera brilló con sus mejores galas entre fajas de gañán, pañuelos de yerbas, clavillos en mesa y mies recién segada. Un entorno ideal para un atrezo perfecto. O viceversa. Así fue como La ACAZ volvió con la ‘zarzuela en la calle’ en clave estival, honrando por enésima vez a su buque insignia: La rosa del azafrán.
Era difícil rebullirse por la plaza. Había que buscar el hueco por donde colarse. Las terrazas hosteleras, repletas, parecían girasoles mirando al sol de un escenario instalado frente a los centenarios muros de Santa Catalina. La luz atenuada de los soportales amplificaba el foco hacia los actuantes.
Detalle de La monda de la rosa Foto: GACETA
Poco después de las diez de la noche, con el crepúsculo todavía visible, arrancó la primera escenificación: El preludio y La escalera. No sin alguna dosis de audacia, Moniquito escaló a la balconada del Ayuntamiento. “¡Aquí estoy porque he subío…!”. Fue una simbólica plática con la sede de la municipalidad. Simbólica y simpática a la vez. Tras ese momento, el público ya estaba en el bolsillo.
Después irrumpió Don Generoso con su bisoño ‘ejército carlista’ para alimentar su particular arenga junto a Moniquito, y ‘pelear’ con la Dominica del Manco bigote. Escena que anticipó uno de los lienzos más célebres de la obra: La monda de la rosa. Destacó el regreso de Cándida Fernández para encarnar a Custodia. “La rosa del azafrán es como la maravilla…”, cantaba Petri Casado en su rol de Sagrario, como metáfora de su amor imposible con Juan Pedro, mientras los mozos cortejaban a las mozas, rosa en mesa.

Don Generoso y Moniquito Foto: GACETA
Llegó el turno del dúo cómico entre Moniquito y Catalinilla, que precede a otra de las estampas clásicas de la representación: La caza del viudo. No era sencillo embozarse en pesadas capas enlutadas en una noche tan tórrida, aunque ya se sabe, Catalinilla nos recuerda que quiere un hombre que sea bonito, “pero que sude como un bendito”. El cóctel era perfecto.
En la recta final, otros dos momentos cumbre de La rosa del azafrán. Primero, Las espigadoras, sobre el mítico empedrado de la plaza, lo más parecido a una era de emparvar. Y después, la jota castellana del Bisturí, bisturí, el instante donde las barreras sociales son vencidas para que emerja la unión tangible entre el gañán y el ama. Así es como Sagrario dejaba de ser “corta para levita y larga para gabán”.
Entrega de obsequios a las asociaciones Foto: GACETA
Y aunque el libreto de Federico Romero y la partitura de Jacinto Guerrero lo colocan al principio, El sembrador suele quedar para el final en este tipo de recreaciones. Es el emblema, el blasón que capitanea la insigne zarzuela solanera, romanza defendida en esta ocasión por el barítono Daniel Báñez.
Momentos antes, la ACAZ entregó detalles a las asociaciones que habían ayudado al montaje, siempre complejo, de la zarzuela en la calle. La alcaldesa, Luisa Márquez, el presidente de la ACAZ, Luis Romero de Ávila, y el concejal de Turismo, Santiago López, realizaron las entregas a los representantes de La Cazuela del Coliseo, Coro de Cámara Oretania, Coro parroquial de San Juan Bautista de la Concepción, Asociación Salsa Flamenca, Agrupación Folklórica Rosa del Azafrán, Coro de Cámara Mansil Nahar y Asociación Cultural Amigos de la Música.