Andrés Sevilla y su nieta Andrea interpretan 'La vida es bella'
Aurelio Maroto
El teatro Tomás Barrera asistió este sábado a un recital benéfico que congregó a casi 400 almas, entregadas a una gala musical donde el arte se mezcló con la seducción, y esta con la emoción. Y es que, en su génesis, Andrés Sevilla buscaba un concierto más mundano, pero acabó organizando una velada tan audaz como brillante. ‘Entre amigos’, que así se llamaba se titulaba la cita, se convirtió en un canto a la solidaridad, a la pluralidad, al talento musical y, naturalmente, a la amistad. La recaudación fue a parar a la Asociación Comarcal Pro Capacidad y a AFAND ‘Alas de Papel’. El eslogan de la imagen del fondo de escenario lo decía todo: 'Unidos por las capacidades diferentes'.
Una veintena de intérpretes dieron el ‘sí’ al organizador del evento. Irrumpieron ad hoc sobe el principal coliseo escénico de La Solana en una noche para el recuerdo. Cuando el adalid de la actividad abrió telón con Gracias a la vida, ya estaba derramando gratitudes. Por ejemplo a Jose Simón, el ama ‘Sagrario’ a la que tantas veces galanteó como ‘ayudaor’ en La rosa del azafrán. La soprano regresaba así a los escenarios y, como María, su público se bebía las calles por escuchar la gran adaptación que hizo del éxito de Pasión Vega. A la guitarra le asistía Francis Alhambra, compañero de Sevilla en tantas veladas musicales. El cantautor, como después haría un poeta, rindió tributo a su madre con ‘Vengo a hablar contigo otra vez”.
Francis Alhambra y Jose Simón en 'María se bebe las calles'
Lo que vino después fue una mueca a la inocencia, a la vida por vivir. Por eso, el abuelo Andrés recordó a su nieta Andrea que ‘La vida es bella’ en una entrañable interpretación a dúo de la banda sonora de la película de Roberto Benigni. El gran Dávila acarició los compases a la guitarra. Después llegó el turno de otra ‘Sagrario’, aunque Petri Casado tenía demasiado fresca en su poderosa garganta la lírica zarzuelera y prefirió atacar la ópera-pop italiana con el conocido ‘Por ti volaré’. En efecto, volaban los ‘bravos’ en la platea, como también ocurrió con Almudena Tarazaga, una voz exquisita como demostró en ‘Preludio de un beso’. El Tomás Barrera se calentaba al son de un público cada vez más entregado.
Y llegó el momento, ahora sí, de la zarzuela. Con la versatilidad de Manuel Valencia al piano, abrió boca Agustín Sánchez-Gil, tenor manzanareño de bello timbre que lidió con destreza con una romanza para barítono: ‘Ya mis horas felices’, de La del soto del parral. El mundo al revés, porque acto seguido apareció el barítono valdepeñero Antonio Martín Peñasco para cantar el ‘No puede ser’ de La tabernera del puerto, escrita para tenor. Pero no era noche de ortodoxias, por eso ni siquiera importó cuando cambió la letra que ‘Leandro’ entona a ‘Marola’ en su parte final. Lo relevante era la luz que desprendía la noche ya cerrada en La Solana, como su propio sol. Por eso gustó tanto la ejecución del tenor vinatero Raúl Pérez con el celebérrimo O sole mío.
José Manuel León en plena intepretación de 'Granada'
En pleno carrusel de vozarrones llegó el turno del solanero José Manuel León, joven tenor ligero que agrandó su figura con una impecable interpretación del Granada de Agustín Lara. Y volviendo a la zarzuela, el tenor cómico Manuel Marcos puso salsa con las divertidas coplas de Don Hilarión, de La verbena de la Paloma, antesala del tango de Doña Virtudes, de La Gran Vía de Chueca, que también bordó la mezzo Carmela Cuevas.
Y de la zarzuela a la poesía. Andrés Sevilla se empeñó y consiguió subir al escenario a Nemesio de Lara, para quien los discursos políticos pasaron a mejor vida. Esta vez, su rutilante capacidad para la oratoria quedó circunscrita a un viejo poema que dedicó a las madres, entre ellas a Baldomera, su progenitora, y a Amparo, la mujer que parió a un músico de tronío, Pedro Reguillo. Y claro, las manos del compositor solanero sobre el piano ayudaron a iluminar un poco –o un mucho- la lectura de esos hermosos versos.
Pedro Reguillo junto a una usuaria de Centro Ocupacional mientras canta 'Felicidad'
La función tocaba a su fin. Lo hacía en el momento justo, escuchando otra vez la recia voz de Andrés Sevilla, sin dejar que los clarines silenciosos del público dieran el primer aviso. Pero claro, quedaba el fin de fiesta. Y allá que va Pedro Reguillo con tres de los suyos (David Gómez, Julián García y Pedro Antonio Parra), y un pequeño ejército de coristas. Pequeño y especial. “Los superdotados de la dulzura”, diría el ex-bajo de La cabra mecánica. Eran Los galanes mecánicos, usuarios del Centro Ocupacional que hicieron chispear aquel Felicidad que tanto se bailó en los albores del nuevo siglo. Eso sí, con la sorna y el proverbial ingenio del mejor Reguillo a la hora de adaptar la letra a una atmósfera solanera: “Y yo me subo ‘pa’ la plaza, que me espera José el pastor, Rafita tirando cañas y Gabriel en el rincón…”. El teatro se caía.
Y como quiera que no hay buen concierto sin bis, salió María Sevilla para interpretar ´Las espigadoras’, acompañadas por cuatrocientos coristas. Finalmente el ‘Juan Pedro’ de ayer -y de siempre-, Andrés Sevilla, y el de hoy –y mañana-, José Manuel León, pusieron la última pica en Flandes cantando juntos ‘El sembrador’.
Así se bajó el telón, con el poso de una noche que fuera del teatro hacía tiritar, pero que dentro hizo palpitar. La música como bálsamo, sí señor.